lunes, 20 de abril de 2020

Reto No. 16: Un libro y una foto

Imagen obtenida de Pexels.

Reto #16: Un relato donde hay un intercambio de libros


Esta semana se celebra el Día Internacional del Libro y, para celebrarlo, tenemos este relato en el que se produce un intercambio de libros. Espero que les guste y que me dejen sus opiniones en los comentarios. ¡Sería hermoso leerlos! Keep reading!

Pequeña e inspiradora, Emilia caminaba por las calles en dirección a la biblioteca pública de la comuna. Su madre, Amanda, encantada la observaba de reojo, sonriendo de vez en cuando por emoción. Adoraba ver a su pequeña hija entusiasmada por la lectura, una de las actividades más inspiradoras y llenas de aventuras. 


Desde muy joven, ella fue amante de los libros y adoraba escribir pequeños poemas inspirados en sus vivencias. Haberle traspasado a su pequeña el amor por los libros era un orgullo enorme. Así que le encantaba celebrar con ella el día del libro, como todos los años.


Aquel día sería especial porque la actividad típica de todos los años había cambiado un poco. La biblioteca pública de la comuna impartiría, por primera vez, un Club de Lectura por el día del libro. Todos los invitados debían llevar un libro para intercambiarlo con otra persona. 


—El objetivo de este Club de Lectura es que todos nos interesemos por los libros y que incentivemos a más personas a leer todos los días, aunque sea un par de páginas —dijo el alcalde. —Haremos un sistema al azar para que todos los presentes tengan a una persona con la cual intercambiar el libro que ha traído. 


Entonces comenzó el emparejamiento. Casi todos en la sala tenían ya su pareja y parecían entretenidos hablando, comentando y sugiriendo ese y otros libros. Se escucharon autores como Francisco Coloane con su libro Cabo de Hornos. —Muy interesante, por cierto —pensó Amanda—. Gabriela mistral, Ana Frank, Hernán Rivera Letelier y tantos otros. Estaba tan emocionada, encantada. Solo esperaba que pronto pudieran emparejarla a ella y a su hija. 


Primero dijeron el número que correspondía a su hija. Un hombre mayor de, aproximadamente, 78 años se acercaba con dificultad y a pasos lentos a ellas. Emilia con una sonrisa en la boca al igual que su madre, recibieron felices a quien debía darles un libro y recibir otro. 


—Las recuerdo perfectamente —dijo el anciano.


La sonrisa de la mujer se borró rápidamente y lo miró con curiosidad y desconfianza a la vez.


—¿Por qué dice eso?

—Están tan hermosas ahora. Jamás pude verlas antes.


El anciano apenas podía pronunciar palabras, pero se esforzó en contarles la verdad.


Hace 28 años, su esposa y él se conocieron en ese mismo lugar: la biblioteca municipal. Se enamoraron, se casaron y tuvieron una hija. A los pocos meses del nacimiento de esa pequeña, se separó de su esposa porque la mujer parecía no amarlo. Discutían, se decían cosas feas y dormían separados. Hasta que un día, se separaron definitivamente y él no logró ni siquiera acercarse a su hija.


—Pero aquí están —dijo esbozando una sonrisa—. Sabía que habías sido madre, pero no de una niña tan educada. Él entregó el libro a la pequeña, uno muy viejo y estropeado que parecía haber sido leído muchas veces. En cuanto Emilia lo recibió, el hombre se paró de su silla y comenzó a caminar.


Amanda quedó helada, estupefacta. No sabía cómo reaccionar ante aquella situación. Ni siquiera había escuchado si ya habían nombrado su número. Aquello dejó de ser primordial en ese momento, pues no podía creer que su padre había estado frente a ella… 

Una lágrima recorrió su mejilla y cayó lento. Tras unos minutos desde que el hombre se había ido, se paró nerviosa, tomó la pequeña mano de Emilia y salió lo más rápido que pudo del lugar. Quería alcanzar a aquel hombre anciano que se hacía llamar su padre, pero no tuvo suerte. Una vez afuera no vio a nadie, ningún alma entraba ni salía de la biblioteca; solo estaban ellas.


Se fueron a casa y la madre de Emilia tenía un sabor amargo en la boca. Sentía decepción y tristeza porque vivió toda su niñez, adolescencia y juventud engañada, pensando que su padre las había abandonado cuando, en realidad, la historia era completamente diferente.


Habían transcurrido cuatro días y Emilia tomaba por segunda vez el viejo y desgastado libro que le había entregado aquel abuelo. Comenzó a leer tranquilamente las primeras páginas y, de repente, en la siguiente, apareció una foto muy antigua.


—¿Son mis abuelos? —preguntó Emilia.


Su madre observó la foto y nuevamente se largó a llorar. Aquellos eran sus padres y ella de muy bebé. Concluyó que ese hombre no les estaba mintiendo, él era su padre y no lo había abrazado, no le pidió perdón por no buscarlo.


Se culpó a sí misma por lo ocurrido, pero nada de eso era su culpa.


Absolutamente nada.


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