martes, 7 de mayo de 2019

El último aliento


Catorce personas decidieron visitar Cliptón y contratar uno de los mejores planes turísticos para conocer la ciudad y alrededores.

La ciudad de Jasmín, capital de Cliptón, regresaba a la normalidad tras una de las tormentas eléctricas más grandes del mundo. Las personas estaban reconstruyendo sus casas y poco a poco las escuelas y hospitales volvían a ser lo que eran antes: centros de seguridad para pequeños, adultos y ancianos. 

Las catorce personas que viajaron a Cliptón se encontraron con personas positivas y con ganas de reiniciar sus vidas. Aquello contagió de alegría a los extranjeros; sin embargo, no sabían lo que estaba por venir.

Eran aproximadamente las diez de la noche y la ciudad quedaba a oscuras. Las luces de las calles no habían sido reparadas todavía, así que la visión era casi nula. Poco a poco comenzaron a sentir que la temperatura disminuía y que comenzaba a caer nieve. Todos los visitantes se ocultaron en la única casa que los podía refugiar ese día y aceptaron permanecer ahí porque era uno de los lugares que, aparentemente, era más seguro; sin embargo, era uno de los peores de la ciudad. No había calefacción, algunas ventanas estaban rotas y se sentía cómo la humedad penetraba en la casa.

En la mitad de la noche, uno a uno comenzó a despertarse a causa de los temblores del cuerpo. Estaban congelándose y no había manera de salir de la casa. 

Una de las dueñas de la vivienda les contó que la tormenta había perjudicado todas las salidas del inmueble, incluso las ventanas. La nieve sobrepasaba la mitad de la casa y el viento soplaba tan fuerte que parecía que la casa saldría volando. No tenían otra opción que esperar allí a que todo pasara, tratar de abrigarse con las pocas cobijas que tenían y pensar en otras cosas para no permitir que el frío les congelara las articulaciones.

De pronto, Jestón, uno de los turistas más jóvenes con 19 años, miró a su derecha y vio a Tina, su novia y amor de su vida, en el suelo. Su rostro estaba morado y no parecía estar respirando. Dio un grito cuando entró en razón y se puso de pie tan rápido como pudo. Algunos reaccionaron rápidamente al grito y lo miraron sin entender qué sucedía, hasta que les explicó que Tina estaba sobre el suelo, con el rostro morado, sin respirar y, probablemente, muerta. Jestón comenzó a lamentarse por no haber abrazado a su novia, por no haberla cuidado mejor, pero en ese momento no tenía fuerzas ni para moverse. 

La dueña de la casa corrió hasta la muchacha y acercó sus dedos índice y medio para evaluar si presentaba o no signos vitales. No tuvo éxito. Tina había muerto de hipotermia. Otros cuatro presentaban el mismo peligro: no recordaban donde estaban, se sentían perdidos, tenían la mirada fija en un lugar sin un objeto interesante al cual observar y no podían hablar. Presentaban signos claros de estar a punto de morir de hipotermia.

Todos estaban peligrando la vida en aquel lugar.

Jestón no paraba de llorar. No tenía la fuerza mental para superar lo que había pasado. Sabía que, si permanecían ahí un par de horas más, todo el resto de los presentes, extranjeros y dueña de la casa, sufrirían las mismas consecuencias que Tina.

La última vez que se había producido una ventisca tan grande había sido hace más de cien años. Los habitantes actuales no sabían qué medidas debían tomar para evitar tantas muertes por el frío. Ni siquiera había un doctor que pudiera salvarlos.

Pedro, otro turista, se puso de pie mientras apretaba con mayor fuerza la cobija a su cuerpo para conservar el calor dentro y trató de convencer a todos que lo ayudaran a mover la puerta o a despejar las ventanas para salir y pedir ayuda. Como ninguna de las diez personas presentes en la habitación sabía lo que pasaría afuera y las consecuencias de una tormenta como estas, aceptaron ayudar con el plan de Pedro.

Comenzaron a escarbar, no les importaba que la nieve entrara a la casa porque la idea principal era despejar por lo menos la ventana más pequeña de la sala de estar. Para la buena suerte de todos, lograron cumplir el propósito de escapar de esa habitación, dejando atrás a cinco personas que ya habían fallecido por hipotermia. Los que lograron salir de la casa nunca se imaginaron que ellos serían los siguientes. 

El viento azotaba cada lugar plano de la ciudad. Los que lograron escapar se vieron amenazados por algunos postes que caían en las calles a causa del viento. Sin embargo, un par de minutos después de haber estado corriendo por las calles llenas de nieve fresca, ocurrió lo peor. Un avión descontrolado por el viento venía descendiendo a toda velocidad en dirección a los habitantes que se mantenían corriendo. No sintieron ruido ni vieron que faltara luz, no pensaron nunca que aquella sería la última vez que podrían ver nieve, respirar, correr, llorar, gritar.

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