martes, 30 de abril de 2019

El escape del Yeti



Lleva aproximadamente quince años huyendo. Ha estado utilizando las técnicas de escape que tan cuidadosamente le enseñó su padre antes de morir. De hecho, su causa de muerte es exactamente la misma que está tratando de evitar desde ese entonces. 

Recuerda perfectamente ese día: se encontraban en las puertas de una gran mansión ubicada en la cima de la cordillera nevada, habían decidido ir por comida porque cada vez se complicaba más la situación en la zona sur del país. Sin embargo, no tenían idea de lo que podría pasar si permanecían por mucho más tiempo en aquel lugar.

Un grupo de cazadores apareció en la sala de entrada de la mansión mientras algunos sujetaban firmemente un hacha en sus manos, otros estaban recién recargando sus pistolas para salir en busca del Yeti. Apenas vieron al par de criaturas bípedas, los hombres campesinos dispararon sin pensar en lo que sucedería después. Mientras que el más joven corría cuesta abajo sin intención de detenerse y pensando que su padre venía atrás de él, escuchaba más y más disparos. Una de las tantas balas dio contra la cabeza del Yeti que aparentaba más edad y no lamentó haber muerto porque decidió no correr para no poner en riesgo la vida de su único hijo, sacrificó su vida para que el Yeti más pequeño pudiera escapar y dejar atrás a aquellos humanos que solo querían hacerles daño. 
No creían que por fin habían logrado ver al ser que no se dejaba ver jamás por ningún ser humano. Se quedaron mirándolo fijo por unos segundos. 

—Debemos registrarlo —dijo el más anciano. Llevaba toda su vida esperando ver a aquella extraña criatura aparentemente salvaje. Es más, aquella mansión era suya y la había construido con el propósito de capturar al Yeti, sin saber que no solo existía uno, sino que cientos. 

De pronto, todo lo que creían que iba a ser un magnífico espectáculo para los periódicos se derrumbó ante la desaparición del cuerpo de Yeti. Sus patas delanteras comenzaron a convertirse en polvo brillante, más brillante que el sol. Luego sus brazos, su cabeza, su torso y sus patas traseras. Finalmente, el viejo que ya regresaba corriendo con una cámara fotográfica encendida se tiró al suelo a lamentar aquella desaparición. 

El resto de los cazadores se quedaron unos segundos mirando el suelo donde antes estaba el Yeti agonizando. Sus miradas parecían perdidas y tenían expresiones extrañas. Estaban estupefactos con lo que había ocurrido, ninguno de ellos podía creer que ese era uno de los motivos por los cuales nunca habían visto restos de Yetis muertos. 

Entonces, aquella fue la última vez en la que humanos presenciaron a un Yeti e hicieron algo para atraparlo. Ahora, el pequeño Yeti era todo un adulto, podía entrar sigilosamente a las casas sin ser visto, robar comida y volver a su cueva.

4 comentarios:

  1. Que triste y esperanzador a la vez, me encantó!!

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  2. Me encanto la entrada!! recuerdo que cuando era bastante mas pequeña y comence en el mundo blogger me encantaba leer entradas de textos, reflexiones o gente que se dedicaba a escribir. Tienes una nueva seguidora. Beso

    http://www.piccolodimoda.blogspot.com

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    1. Muchas gracias por tus palabras y bienvenida al blog, espero te sientas muy bien por aquí. ¡Me pasaré por tu blog también! ¡Saludos!

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